Historias de un Jugador en Madrid (Capítulo IV)

Una vez en el taxi ella seguía asustada. Lo primero que me dijo es que no llevaba ni un duro encima. Yo le dije que no pasaba nada, lo importante es que estabamos sanos y salvos. Ella fue guiando al taxista hasta su casa. Casualmente estaba relativamente cerca del Hotel Principe Pio en el que me hospedaba (o al menos eso es lo que me dijo). Me explicó que tenía coche y que me llevaría al Hotel.

Finalmente llegamos al final del trayecto, pagué y bajamos del taxi. Yo había pensado ir a algún tipo de parque cercano para acabar de despedirnos (o en todo caso para quedar el día siguiente). El caso es que ella se dirigió directamente al portal de su casa. Yo supuse que bajaría con las llaves del coche, pero se giró y me indicó que la acompañara. Eran las 4:30 de la mañana del domingo 11 de mayo de 1996. Subimos dos plantas, llegamos delante de una puerta y apretó el timbre.

¡Me quedé de piedra! ¿Cómo se puede picar al timbre a las 4 de la mañana? Además, ahora saldrían sus padres y tendría que explicarles todo lo sucedido... era una situación muy violenta para mi. Ella vio mi cara de sorpresa y me dijo, encogiéndose de hombros, que no se había acordado de coger las llaves. Volvió a picar.

Al poco tiempo se abrió la puerta, y tras ella había una chica rubia. Llevaba, básicamente, una camiseta. Evidentemente la habíamos despertado. Yo estaba preparado para una montaña de preguntas y recriminaciones, pero ella simplemente miró a su compañera, me miró a mi, y volvió a su habitación dejando la puerta abierta. No articuló ni media palabra.

Mi chica me comentó que las dos compartían aquel piso. Entramos dentro y pude comprobar el gran DESORDEN existente por todas partes. Me hizo entrar al supuesto comedor o "hall". Encendió las luces y acciónó el botón de un aparato que resultó ser un contestador automático. Escuchó varios mensajes y posteriormente volvió a apagarlo. Comentó que tenía hambre y se dirigió a la cocina (era la habitación más cercana al comedor), entramos y pude comprobar que el grado de desorden aumentaba exponencialmente.

Me preguntó si tenía hambre, y le dije que un poco (pensando que quizás me daría un trozo de salchichón...). Abrió la nevera y pude comprobar que estaba realmente vacía: sólo había algo de leche, tomates, huevos y no se qué más... Se me ocurrió comentar que podría hacerse un huevo frito -pensando que sonreiría diciéndome ¡ Sí, hombre! ¡ A las cinco de la mañana!-; no obstante cogió un par de huevos de la nevera y dijo VALE!, y añadió: bueno hazlos tú mismo, uno para cada uno!. Estaba condenado a comer huevo aquella noche.

Allí estaba yo, en la cocina de una desconocida y friendo un par de huevos fritos. Mientras lo hacía ella iba preparando cosas: sacó dos platos, cogió dos servilletas y de repente advirtió que ¡no había pan!. - No importa - pensé entre mi - ya nos apañaremos.

Mientras hacía todo esto, ella tarareaba parte del estribillo de una canción que decía algo así: "...Siete crisantemos en el cementerio...". Al instante identifiqué una canción muy poco conocida de Joaquin Sabina. ¡¡ INCREIBLE !! ¡¡ le debía gustar casi tanto como a mi para tararear esa canción en un momento como ese !!

Acabé de hacer los huevos y puse cada uno en un plato diferente. Justo entonces dijo que tampoco había cubiertos... Bueno, ahora sí que no sabía como narices me iba a comer el huevo (que por otro lado tampoco me apetecía). Ella cortó un tomate enorme por la mitad y puso un trozo en cada plato; a continuación nos fuimos al comedor y quitamos cosas de la mesa y del sofá para hacernos sitio.

Ella se sentó en el sofá, y yo podía esoger entre sentarme en una silla enfrente (estaba el camino despejado) o junto a ella en el sofá (para ello tenía que mover de sitio cosas que estaban por medio). Decidí apartar las cosas y así ganar tiempo para ver cómo narices se iba a comer el huevo frito sin cubiertos y sin pan.

Observé y copié exactamente lo que hacía: mojaba el tomate en la yema del huevo, y le iba pegando mordiscos (al parecer el objetivo era que el tomate absorbiera todo el líquido de la yema de huevo). Sinceramente aquello estaba buenísimo. Tomo nota para comerlo en casa.

Cuando ella acabó con todo su tomate a mi todavía me quedaba algún trozo. Ahora estaba intrigado por saber cómo narices se iba a comer la clara sin cubiertos... Fácil!! Con los dedos!!. Esta si que resultó ser una experiencia un tanto desagradable, ir cortando trocitos de clara con los dedos, pringándose éstos del abundante aceite que había en el plato.... ¡¡Menuda cena romántica!!

Mientras comíamos sucedió algo increíble y casi cómico... no se cómo me dijo - ¿Cómo habías dicho que te llamabas? - Increíblemente no me había dado cuenta hasta entonces que no sabía como se llamaba ella. Le dije que me llamaba Juan y ella que se llamaba Mª José (o al menos eso creo). Para ser sincero he de decir que este nombre no me gusta, así que prefiero referirme a ella como "la chica".

A continuación llevamos los platos a la cocina y los dejé, siguiendo sus instrucciones, "por ahí, en cualquier sitio". Mientras yo acababa de dejar las cosas y apagaba la luz ella fue hacia una habitación que había en la otra punta del pasillo... mientras iba andando pude oir que decía - Mañana te llevaré en coche al hotel -.

Aquello me pilló desprevenido. Por extraño que parezca no me había planteado pasar la noche en aquella casa. Aunque bien mirado... ¿qué tenía de malo?

No hay comentarios: